La última década del siglo pasado fue efectivamente un tiempo de incubación para los cambios vertiginosos que hoy vive la humanidad. Nació Internet y alianzas político-económicos entre naciones, que intentan conservar, consolidar y/o expandir su participación en una economía globalizada que transformó al mundo, y por su puesto al trabajo.

 En este escenario, la educación formal, fundada y sostenida en un sistema de pensamientos  sólido, debe adaptar sus respuestas a esta sociedad cambiante, por lo que mueve su enfoque desde las disciplinas hacia el desarrollo de talentos con base en las competencias, y las herramientas tecnológicas son los instrumentos por excelencia para la apropiación del conocimiento, pero también de profundización de las brechas sociales de todo orden, que la declaración de la pandemia y las medidas de aislamiento social, no han hecho más que exhibirlas sin disimulos.

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Hoy, se requiere de una acción docente que se sustente en un elevado dominio de teorías y enfoques del aprendizaje al punto de generar estrategias con capacidad “responsiva”, es decir, que puedan adaptarse a las diversas modalidades que requieren activarse para acercar la formación a niños, jóvenes y adultos.